Lama Zopa Rimpoché
Director espiritual de la FPMT
Si alguien está enfadado con otro y se siente negativo, se fija demasiado en los errores de otras personas, creemos que debería expresarlo, que debería exteriorizar la animadversión que siente por dentro. Así que lo manifiesta, dice todas y cada una de las cosas negativas que piensa sobre los demás y, después de haberlos agraviado y dar rienda suelta a sus sentimientos, la mente egoísta se alegra de ser capaz de perjudicar a otros seres. Cuando uno ha expresado lo que su mente egoísta y enfurecida quería decir con el fin de lastimar, se alegra, siente felicidad y alivio. El resultado es que una sola persona se siente aliviada, una persona, que se siente capaz de dañar a los demás, se siente a gusto. Sentirse a gusto, sentirse feliz de ser capaz de dañar a otros es la acción del pensamiento egoísta y el enfado, y termina por convertirse en un logro, en un objetivo en la vida.
Pero mientras uno se siente a gusto, los demás se sienten disgustados y heridos. ¿Qué pasa con esas otras personas? Los consejos e instrucciones de los psicólogos no los tienen en cuenta, la ciencia no contempla la importancia de los demás seres ni se preocupa por ellos: sólo pone énfasis en el individuo, en cómo hacer que uno se sienta feliz y a gusto, pero no tiene en cuenta el hecho de preocuparse por los demás.
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Al seguir los consejos de esta rama de la Psicología, causamos sufrimiento en nosotros y en los demás, mientras que, si ponemos en práctica la otra modalidad, podemos crear felicidad tanto para nosotros como para los demás. Pero si no practicamos la paciencia y el buen corazón, tarde o temprano, ya sea al cabo de unas pocas horas o más volveremos a encontrar algo que nos desagrade en el comportamiento de cualquier persona. Encontraremos de nuevo algo que interpretaremos como negativo, algo que no nos agrada, algo por lo que enojarnos y, con el mismo razonamiento, otra vez volveremos a enfadarnos.
Si experimentamos algo que nos hace daño, alguna cosa que el deseo y el pensamiento egoísta no esperan, algo que nos desagrada, lo etiquetamos como dolor, como algo malo.
Al seguir al pensamiento egoísta y al deseo, surge el enfado: esa persona está haciendo algo contra mí, algo que me desagrada y percibo como dolor. Interpretamos que la persona está haciéndonos daño, que está perjudicándonos y, en función de este razonamiento, desarrollamos el enfado: hacemos que surja y lo expresamos; lo soltamos todo, todos los pensamientos negativos, todos los improperios que se nos ocurren.
Lo expresamos y hacemos todo el daño que podemos, expresamos lo malo, lo peor de nuestros pensamientos, y se supone que así el pensamiento egoísta se siente a gusto, se siente feliz. Y además, se considera positivo, porque aquello con lo que el pensamiento egoísta se siente a gusto, se considera positivo.
Y nos volverá a suceder lo mismo pues no practicamos la paciencia ni el buen corazón. No hay práctica alguna de nuestra parte, así que, como consecuencia, otra vez, tarde o temprano, nos enfrentaremos a alguna acción, alguna razón, alguna situación que nos perturbará, y de nuevo encontraremos razones para enfadarnos. Como no practicamos el buen corazón, el enfado aparecerá de nuevo, y así una y otra vez se perpetúa el problema, los mismos problemas se volverán a plantear una y otra vez, el enfado surgirá una y otra vez.
Cuando expresamos nuestro enfado hacia otros seres, éstos a su vez se disgustan y se enojan con nosotros. Conseguimos que los demás piensen maliciosamente de nosotros por recriminarles todos sus errores y expresarles nuestro resentimiento. ¿Cómo se puede ser feliz así?
Esas personas se vuelven infelices, de hecho, nosotros hemos hecho que se sientan de este modo. Sin embargo, resulta que nuestra felicidad depende de los demás seres, sobre todo de la gente con la que vivimos, con la que tratamos cada día, con la que trabajamos, con la que comemos, por lo que, de esta manera, es imposible sentirse tranquilo en la vida diaria.
Desde el principio, lo único que nos interesa es el propio bienestar, sin tener en cuenta el de los demás. Si recriminamos a los demás cualquier cosa, si nos enfadamos con ellos, ¿qué pasa con su felicidad y su tranquilidad? Es un problema que ni se menciona.
A parte de no eliminar la raíz del problema, tampoco aporta ningún beneficio real a nuestra vida. Se trata de una solución que no resuelve los problemas cotidianos.
La causa por la cual no da respuesta a nuestros problemas es porque se omite el fenómeno de la continuación de la vida después de la muerte. A saber, que la consciencia de la vida actual es la continuación de la consciencia de la vida anterior, y que la consciencia actual continuará, tras la muerte, en la próxima vida. Se prescinde de este fenómeno, así como se desconoce el karma, que es inequívoco: la verdadera expresión de lo que es causa de felicidad y lo que es causa de sufrimiento.
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Sin embargo, el karma revela que los problemas provienen de nuestra propia mente, de nuestra forma de pensar. Una forma errónea genera sufrimiento, mientras que una forma adecuada de pensar y una actitud correcta, con buen corazón, originan felicidad. Esta explicación en la cual se incluye el karma concuerda con la realidad. El pensamiento no virtuoso, el karma no virtuoso, desemboca en sufrimiento, ahora y en el futuro. El pensamiento positivo y virtuoso, aporta felicidad ahora y en el futuro. (…)
Su santidad el Dalai Lama explica que si una acción genera desdicha, si perturba la felicidad de los demás, no es una acción virtuosa. De modo que dañar a los demás es perjudicarse a sí mismo: esta es la característica de la no virtud y su resultado. En otras palabras, la felicidad y el sufrimiento provienen de la mente, el creador es la propia mente.
Extraído de las lecturas requeridas del módulo del Karma, impreso para el programa Descubre el budismo, con el permiso de Lama Yeshe Wisdom Archive. Lama Thubten Zopa Rimpoché, Londres 1989, editado por Gelong Konchog Lhundrup, Londres 1991.